Introducción al Bdsm.

Mi introducción al bdsm fue de una manera casual; siempre he sido una persona de carácter dominante, tanto por educación como por profesión. Las relaciones sexuales me resultaban aburridas desde hacía mucho tiempo, eran “un más de lo mismo”. Tenía un perfil en una página web de contactos “normales”, y un día encontré un perfil de una mujer alemana, de 42 años, en el cual decía que buscaba esclavos y sumisos. Tenía puesta una foto, de mala calidad, en la que se la veía con gafas de sol y vestido de negro. Me quedé inmediatamente enganchado; sabía que tenía que servirla, que tenía que ser suyo.

Me puse en contacto con ella, y empecé a tener unas sensaciones que jamás había sentido anteriormente. Sobre todo, el hecho de ser suyo, de saber que me podría usar a su antojo, para lo que quisiera y de la manera que quisiera, me producía una excitación desconocida para mí hasta entonces. Llegaba a masturbarme seis y siete veces al día.

Al ser nuevo en  todo esto, no sabía lo que me esperaba, ni me importaba; simplemente quería servirla.

Después de unos cuantos emails y de una  breve conversación telefónica, viajé hasta Alemania para conocerla. Ella vivía con otro esclavo, y me había  preguntado si eso sería un problema para mí. La verdad es que en aquel momento me daba igual que viviera con uno, o con cien; simplemente quería ser uno de ellos.

Siempre he sido heterosexual, y, aunque alguna vez había fantaseado con tener sexo con otro hombre, jamás me lo había llegado a plantear seriamente. A ella le gustaba vernos jugar entre nosotros, ordenar lo que quería que hiciéramos, desde felaciones hasta penetraciones. El hecho de ver la satisfacción, el placer reflejado en su rostro, hacía que mis límites desaparecieran, dando paso a una excitación y a una libido desenfrenada. Sabía que ella disfrutaba viéndonos juntos, y eso era todo lo que yo necesitaba sentir para  acatar sus deseos y órdenes.

Normalmente solíamos  dormir en el suelo, al lado de su cama, y, de vez en cuando, cuando estaba especialmente contenta con alguno de nosotros, el afortunado podía dormir en la cama con ella, pero siempre a sus pies.

Ella, a su vez, tenía varios amantes, tanto de sexo masculino como femenino. Recuerdo una vez en la cual había invitado a un hombre a cenar a su casa. Ella iba muy sexy, con un vestido de noche negro, medias negras y zapatos de tacón alto. Previamente la habíamos duchado, secado, y ayudado a vestir nosotros.

Preparamos la mesa, y, vestidos elegantemente para la ocasión, hacíamos de camareros. Cuando acabaron de cenar, pasaron al salón, donde les servimos  vino. Allí empezaron a acariciarse y a besarse, mientras nosotros esperábamos, alejados pero siempre a su vista, por si necesitaba algo de nosotros.

De allí se llevó a su amante  hasta el dormitorio, donde ambos se desnudaron; yo también pasé a la habitación, donde me senté en una silla colocada en un rincón. Antes de la cita, nos  había aleccionado sobre cómo tendríamos que actuar, y lo que esperaba que hiciéramos, así como los gestos que emplearía para hacernos saber lo que quería.  Tras su seña, abrí un preservativo y  se lo coloqué al amante, el cual estaba tumbado boca arriba.; ella, posteriormente se montó encima suyo, ayudándola yo, con el pene del hombre en la mano, a introducírselo. La situación, la sensación, todo era maravilloso.

Desde el momento en que aquel hombre había entrado en la casa, mi sexo había estado duro. Sabía todo lo que iba a pasar, y, a medida que sucedía, me sentía tan excitado que a veces me faltaba el aliento; mi pene estaba constantemente a punto de reventar. Después de que el hombre eyaculara por primera vez, ella me hizo un gesto para que me acercara; sólo con una mirada, me hizo ver lo que quería, por lo cual procedí a limpiar el sexo de su amante con mi boca, el cual me sabía a ella. Fue maravilloso.

Los orgasmos de ambos se sucedieron sin interrupción durante varias horas, que para mí fueron minutos.  Pasaron toda la noche juntos, y yo me retiré a otro cuarto con el otro esclavo, con la explícita prohibición de masturbarnos , por lo que apenas pudimos dormir fruto de la excitación contenida.

Durante el año que duró mi relación con ella, le gustaba controlar mis orgasmos. Me dio un tanga suyo, que me obligaba llevar  puesto cuando ella lo consideraba oportuno y que a mí me resultaba de lo más gratificante.

Ella se mudó a Estados Unidos, por lo que la relación terminó. No seguimos en contacto, pero siempre estaré agradecido a esa maravillosa  mujer por todo lo que despertó dentro de mí, por todo lo que me hizo vivir y sentir.